miércoles, 19 de mayo de 2021

Poesía, de Manuel Gutiérrez Nájera



 

Nuestra opinión en torno a las obras completas ha pasado por varias etapas. Desde nuestra absoluta preocupación por recuperar incluso el último de los papeles anotados por alguno de los autores que más admiramos, hasta la sensación de que algunos escritores son afectados por la excesiva curiosidad de los recopiladores. En el caso de los poetas pienso que existen aquellos en que la lectura de un poema nos lleva a buscar el siguiente. Pero también se encuentran los que (como decía Borges) necesitan de las antologías. En muchos casos, señalar un poema de entre una multitud ayuda a apreciar la excepcionalidad de los versos. Creo que eso pasa con nuestro Duque Job, degustador único de la capital porfiriana e inverosímil adicto a la escritura. Leí todos sus poemas y volví a pensar que lo mejor era destacar algunos de sus ellos, como si le pusiera una flor en el ojal, tal como lo pinta Diego Rivera en su famoso mural. No más de quince poemas sería mi pequeño ramillete. Y serían aquellos que las generaciones de sus lectores han destacado. Sólo que yo quisiera explicar por qué he tomado los mismos. Se debe a que la obra poética de Manuel Gutiérrez Nájera (1859-1895) me parece que transita por varias etapas, muchos de sus poemas son narrativos, como se acostumbraba en el Romanticismo. “La Duquesa Job”, de 1888, es más atrevido en numerosos aspectos, pero especialmente en que al contar una historia, realiza numerosas elusiones. No la cuenta sino que la sugiere, a diferencia de otros poemas suyos que son un relato en forma. Gutiérrez Nájera sería un precursor en el sentido de que la mayoría de sus poemas, siempre elegantes, siempre delicados, parecen del lado de allá, del lado de los lectores acostumbrados a las formas y contenidos del Romanticismo español. Naturalmente, hablo desde mi cómoda postura de lector actual. Eso quiere decir que me faltan muchos elementos, como aquellos que manejaba Justo Sierra, el primero entre los lectores de este poeta. Existían entonces soles literarios, se llamaban Castelar, Echegaray y Núñez de Arce, pero el Duque Job decidió salirse de esa órbita y descubrir una nueva belleza en Francia. El proceso de ese tránsito se mira en sus poemas, las palabras del español se sienten tocadas por la lujuria de unas manos sorprendidas. Leo todos sus poemas, aquellos que hablan de las novias pasadas, del perro Bob, de la urna diáfana del verso… En varios de ellos se presienten los futuros Luis G. Urbina, Salvador Díaz Mirón, Manuel José Othón, etc. “Mis enlutadas”, que fue escrito en 1890, duele como si hubiera sido escrito en las noches cercanas en que uno quisiera igualmente descender por la gruta de una tristeza íntima. Pero además anuncia futuros estremecimientos, pues no dejo de pensar en algunos poemas de Ramón López Velarde cuando lo leo. Pero hay otro que me asombra, “Tristissima Nox” (1884), el cual me parece que no pudo ser escrito sin conocer el Primero sueño de sor Juana: “La noche no desciende de los cielos, / es marea profunda y tenebrosa / que sube de los antros”. Poema que lanza una cuerda al no muy conocido pasado colonial. En fin, murió a los 35 años, no dejó de aprender de la vida, y eso que ya era un maestro. Quizá conozcan el final de la historia: numerosos poetas jóvenes escucharon su voz desde sus lejanos pueblos y se decidieron a venir a la capital para seguir la vocación que él les había despertado. Por desgracia, cuando llegaron el joven Duque ya había muerto. Pobres poetas, se encontraron con que la prosaica vida real no era tan bella como las ensoñaciones de su ídolo… Así que decidieron prolongar esa extraordinaria ilusión por algunos años más.

 

Manuel Gutiérrez Nájera. Poesía, facsímil de la ed. de 1896, pról. Justo Sierra, ed. y presentación de Ángel Muñoz Fernández. México Factoria, 2000.

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