La típica decepción de entrar al taller del escritor es mayor cuando se entra al de J.M Coetzee. Si bien en sus novelas hay angustias, incomunicaciones varias entre sus personajes, desaliento, etc., en el momento de acercarse demasiado al mundo personal del novelista ocurre lo siguiente: se descubre el mecanismo del ilusionista. El mago de Oz queda desnudo. Eso no estaría mal, si consideramos que la literatura no es más que un truco, sólo que frecuentemente lo olvidamos. La sensación de no comunicar, esa incómoda percepción de que el otro es incapaz de comprender lo que uno pretende transmitir, o más bien, la absoluta seguridad de que uno está encerrado en sus propias palabras. Eso –permítanme– no es más que el resultado de un mecanismo retórico. Se parecía a la vida. Incluso pretendía erguirse y caminar. Lo logra tan asombrosamente que muchas veces le damos más realidad a ciertos personajes de la literatura que a los que tenemos frente a nosotros. Los desenmascaramos, les quitamos ese disfraz de piel y personalidad que los recubre y vemos sólo ese montón de retazos que los constituye. Un amontonamiento de gerundios, puntos y comas, aposiciones, pronombres, algo bastante desagradable. Una especie de mostrador de carnicería cuyos productos se esforzaran por moverse e imitar la vida. Así que esa constante preocupación existencial de los personajes de Coetzee en realidad tiene como origen el estudio de la obra de Beckett. A veces olvidamos la otra mano del escritor, la que no vemos y sirve para hacer más efectivo el truco. Y sin embargo, ésta es su peculiaridad. Son estos curiosos dispositivos los que permiten que el autor (el poeta, el dramaturgo), al hablar de algún asunto, en realidad esté hablando de Dios, o de cualquier otro tema. En general, hay una tendencia en Coetzee a considerar todo un mecanismo, un sistema, un código. Así ocurre en sus textos sobre el Capitán América, el lenguaje científico de Newton y la censura en Sudáfrica. Pero lo más decepcionante es asimismo lo más deseable. No todos los autores se deciden a hablar de esa vida íntima de las palabras, a veces desligada de la Estética. Va ocurriendo a lo largo de este libro, y de la propia vida del novelista, que su personalidad va cubriendo vastas extensiones de realidad para volverlas parte de sí. Uno de los objetos fagocitados por el sistema literario de Coetzee es nada menos que Fiódor Dostoyevski: una de sus novelas incluso trata de él. Se parece al autor ruso, pero viéndolo bien se parece más al sudafricano. Quizá porque al capturarlo, al digerirlo, fue desechando el sentido del humor. Aspecto quizá difícil de tragar. No hay prácticamente humor en Coetzee. Tampoco ironía. En este libro se incluyen varias entrevistas, un gran logro tratándose de un escritor reacio a la conversación pública.
J.M. Coetzee. Cartas de navegación. Ensayos y entrevistas. / Doubling de point (1992), ed. por David Attwell, tr. de María Julia de Ruschi, Mariana Dimópulos, Elena Marengo, Lucas Margarit y Cristina Piña. Buenos Aires, El Hilo de Ariadna, 2015. (Col. Ensayos)
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