sábado, 9 de junio de 2018

María Conesa, de Enrique Alonso




La vida de María Conesa (1892-1978) se resume en un libro de pasta dura con fotos evocadoras de otros tiempos, escrito por el más devoto de sus seguidores. Me temo que, para que brille de nuevo, para que algo le diga a este mundo de un siglo después, se necesita una nueva narración. Hace algo más de sesenta años, el tiempo de Porfirio Díaz despertaba una dulce nostalgia. De hecho, María Conesa se atribuía el renacimiento de esa época, pues se supone que se tenía que montar una obra y ella propuso una evocación llamada En tiempos de don Porfirio (1938). El primero en oponerse fue el actor Joaquín Pardavé, sin saber que gran parte de su popularidad sería recreando el Porfiriato. Hoy, nuestros neoporfiristas, ¿disfrutarían esas obras llenas de frivolidad y desenfado? ¿Cómo entonces volver a formular ese mundo para deleite nuestro? Yo, naturalmente, no tengo ninguna respuesta. Pero me llama la atención que el mundo de los cuplés volvió a interesar cuando Sarita Montiel lo encarnó en la cinta El último cuplé (1957, con un éxito no calculado: un año en cartelera, en México). Los viejos cuplés (del francés: coplas), se interpretaban con las voces nasales de las jóvenes cantantes, eróticas hasta la desmesura, tanto que los historiadores españoles llamaron a la primera época de los cuplés como “Género ínfimo”. Poco a poco, se hizo decoroso, y las cupletistas eran incluso llamadas a la alta sociedad. En México, la voz igualmente nasal y desaliñada de María Conesa encantaba a Porfirio Díaz, luego a Madero. Y donde ellos se sentaron, también estuvieron más adelante, Zapata, Villa y Obregón. (Huerta no, que María estuvo en España durante el Huertismo, y me imagino que fue entonces cuando se organizaron procesiones a la Villa de Guadalupe para pedir que María regresara a nuestro país). En 1909, las actrices más famosas del teatro ganaban alrededor de mil pesos mensuales. Y bien, María –sonrisas, mejillas frutales y ojos promisorios– fue contratada por tres mil pesos, la actriz mejor pagada de su tiempo. Así que compró un terreno en la nueva Colonia Roma, y construyó la casa de Monterrey 193, en donde recibió toda la vida, y junto levantó varias casas para rentar (toda la acera entre San Luis Potosí y Querétaro). Viejas casas de la Revolución que todavía hoy están formadas, apretaditas, viendo pasar los coches. Los rumores la rodearon toda la vida. Por desgracia, los rumores tienen corta vida, son olas pequeñitas y sólo mojan las olas del pasado. Si el nombre de la actriz más célebre no dice nada ahora, de sus rumores no llega ni el rumor. Por años, se le relacionó con la Banda del Automóvil Gris, famosos asaltantes de la vieja ciudad de la Revolución. Y María pasó años desmintiendo, incluso en la corte, que fuera la lideresa de esa agrupación. El libro tiene un prólogo en que Carlos Monsiváis hace arqueología del gusto para resolver la incógnita del erotismo antiguo. Ojalá haya voyeuristas retrospectivos que sientan curiosidad por María Conesa.

Enrique Alonso. María Conesa, prólogo de Carlos Monsiváis. México, Océano, 1987.

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