miércoles, 7 de marzo de 2018

El jugador, de Fiódor Dostoyevski


La ruleta, al girar, crea una fuerza centrífuga, lo que no evita que atraiga intensamente la atención de los jugadores. No es exagerado decir que el corazón de los jugadores gira a la misma velocidad que este artefacto. Pero, ¿cómo transmitir esa emoción a los lectores, muchos de los cuales no tenemos idea de las angustias qua pasa un jugador? Esta novela gira (¡exactamente como una ruleta!) alrededor de unos personajes ambiciosos, los cuales juegan a la ruleta. Más precisamente, uno de ellos, el general, apuesta lo que tiene y lo que no tiene, pues está en esos momentos esperando su inminente herencia, pues de un momento a otro espera la noticia de la muerte de su abuela, la cual le dejará toda su fortuna. Pero lo que baja del tren no es esa noticia, sino la misma abuela, completamente sana, dispuesta a investigar qué es eso de la ruleta. ¡Y la pasión que en ella despierta es lo que se contagia! Cómo se arriesga a jugar la herencia de la que dependen todos los acreedores de su nieto, y la vida misma de él. Nosotros, que nos encontramos mirando este mundo desde la ruleta, que ocupa el centro temático, sólo lo miramos pasar vertiginosamente a nuestro alrededor. Fuera del libro, el novelista también jugaba una peligrosa apuesta: había firmado un contrato con su editor para entregarle una novela en un mes o de lo contrario, perdía los derechos de toda su obra. Además, recorre la historia el tema del amor. ¡Ay, otra apuesta con la vida! El recuerdo de Polina, la joven que abandonó al autor por un médico español. De tal manera que el vértigo no abandona al narrador ni a los personajes. A lo que debe de sumarse que lo que se apuesta, en el caso del protagonista, no es el dinero sino el destino. La ruleta es la puerta a una vida posible, a un amor que puede ser. Esta novela es una meditación sobre las distintas nacionalidades: en Roulettenburg (la ciudad en que ocurre la historia), se reúnen ingleses, rusos, franceses y polacos. La peor parte se la llevan los polacos y los franceses, mientras que los ingleses merecen una opinión más favorable. Los rusos, bueno: son hombres que se abisman en el espíritu propio para saber a dónde es posible llegar. Y algo más: si se gana en estas apuestas, el dinero no servirá para cimentar nada, sino para gastarse en lujos. “¿No sabes que un mes de esa vida vale más que toda tu existencia?” Eso le dice al narrador su nueva amante. Es completamente cierto, uno no vale todo eso. El valor propio está en no ser un engrane en la máquina del capital. Lo mejor es apostar de manera metafísica. Las fichas se ponen sobre la cartera y se apuestan para conocer la opinión que el destino tiene de uno mismo. Quizá sea susceptible de reconocer la audacia. Y por eso, el narrador ve escaparse el dinero como arena entre los dedos. Si el dinero ha cumplido su función, bien se le puede ver con indiferencia.



Fiódor Dostoyevski. El jugador / Igrok (1866), tr. y nota preliminar de Juan López Morillas, 3ª ed. 4ª reimp. revisada. Madrid, Alianza, 2015.

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