jueves, 28 de diciembre de 2017

José Maria Eça de Queiroz, Obras completas, tomo I

 
¿Para qué era que queríamos obras completas? ¡Ah, sí!, para tener a la mano a los clásicos, para consultar pasajes célebres, para venerar a los que así han sido editados y para evocar los tiempos en que se escribía siguiendo el gran plan de las obras completas. Todavía hace pocos años, Milán Kundera hacía el elogio de la escritura como la ejecución de un gran proyecto vital. Nada de anotaciones en papelitos. Qué rápido se ha jubilado esa idea. Aunque no es menos nueva esa frase de Amiel: “No dejaré más que fragmentos”. En fin, el portugués Eça de Queiroz (1845-1900) es llamado en el prólogo: “el vencedor del tiempo”. Irónicamente, sería cuestión de gran molestia para los portugueses del siglo XIX saber que su escandaloso contemporáneo haya logrado esa trascendencia. Con gran pena haré memoria de esos tiempos y diré que no recuerdo casi ningún otro nombre de entonces. Perdurará entonces el mundo que vio Eça de Queiroz: alegremente corrompido. Sus novelas son la demostración constante de que el cinismo es el verdadero bien a que podemos aspirar. Las tragedias que relata, finalmente no lo son tanto. Sus personajes van aprendiendo a vivir en esta sociedad construida por la doble moral y la murmuración. La idea que este autor tiene del escándalo es bastante peculiar. Aquí, quienes se escandalizan son los viejos sacerdotes cuando se enteran de que el joven padre Amaro respeta el secreto de confesión. En la novela La reliquia (1887), el protagonista viaja a los tiempos de Cristo; al hacerlo, no muestra sorpresa, como si prefigurara el realismo mágico. Ese personaje, a su regreso al siglo XIX, ve perdida su fortuna por falta de cinismo. Entonces, el Cristo colgado en la pared, lo mira, su rostro se desfigura y comienza a burlarse: su desgracia proviene de la falta de cinismo. Pero quizá mi secuencia favorita, la que se me quedó revoloteando a lo largo de estas páginas, es la que se relata en El primo Basilio (1878): la historia de un adulterio ocurrido mientras un ingeniero parte a un largo viaje y deja a su esposa sola. Su primo Basilio la visita y la seduce, y todo es visto perspicazmente por Juliana, la sirvienta. Un personaje maravillosamente delineado, que va recogiendo, del cesto de la basura, las cartas de amor que documentan la infidelidad. La delicia con que Juliana va saboreando el poder que adquiere sobre su patrona se palpa. Literariamente, el resentimiento descrito con morbo es un platillo suculento. Juliana, asimismo, se deleita imaginando las escenas en que denuncia a su patrona con su esposo, antes de que sus mezquinas ambiciones sean aplastadas con gran ironía por el destino. Finalmente, el otro sentimiento que caracteriza a Eça de Queiroz es la indiferencia, una seca indiferencia por las ambiciones humanas. Así como piensa que los hombres se valen de lo que sea para conseguir sus fines, éstos son vistos como algo despreciable. Un poco del escándalo que causó hace 130 años permanece vivo sin duda.



José María Eça de Queiroz. Obras completas, tomo I, recopilación, traducción, prefacio, acotaciones marginales y notas explicativas de Julio Gómez de la Serna. Madrid, Aguilar, 1964.


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