Un yanki de Connecticut en la corte del rey Arturo. Muy
buena idea, pero… un momento. No tenía idea de que Arturo era un personaje de
la literatura y no de la Historia. En todo caso, el protagonista de la novela es
asimismo un personaje de ficción. Aunque… me parece que eso tampoco es cierto.
De algún modo, el protagonista que viaja al siglo VI es una copia de Mark Twain
y tiene todos sus prejuicios históricos. Prejuicios que molestarían a los estudiosos
actuales de la Edad Media, pues deja bastante mal a los habitantes de esa lejana
época. Twain sólo ve en ella barbarie y enajenación, un mundo muy apartado de
los ideales humanistas. Como buen yanki capitalista, decide invertir en ese
negocio llamado “Edad Media” con aceptables perspectivas. Y nos va descubriendo
a los protagonistas de otros tiempos… ¿Así que Morgana le Fay, la media hermana
de Arturo, tampoco tiene una base real? Qué lástima porque ha sido uno de mis
personajes favoritos, aunque a partir de ahora ya no le llamaré “personaje
histórico”. De cualquier modo, el hecho de que la historia transcurra en una
etapa tan distante como mal documentada hace que en ella haya podido ocurrir lo
que fuera. Como por ejemplo, que ese yanki pudiera fundar un periódico,
construir armas de fuego, usar la dinamita o mandar telegramas. De cualquier
modo, todos esos progresos habrían sido velados por la bruma histórica. A Mark
Twain se le ha censurado que el plan original de esta novela contemplaba a un
yanki sin refinamiento ni educación, solamente dueño del conocimiento técnico
de su época. Pero al enfrentarse a la realidad medieval, aparece ese demócrata
que habitaba en Twain, amante de los negocios, pues era, en la vida real, dueño
de una editorial que intentó ser exitosa. Desafortunadamente, por los días en
que escribía esta historia, su autor tenía puestas sus esperanzas económicas en
una máquina tipográfica inventada por un tal James W. Paige. Este aparato
debería de enriquecer a Twain, así que invirtió 300 mil dólares de entonces en
una empresa que resultó un fracaso y que lo llevó a la ruina. El yanki del
siglo VI, lleno de negocios exitosos en esa antigua Inglaterra, pretendió
incluso implantar la idea de la democracia en contra de la monarquía, logró
ridiculizar al mago Merlín y tuvo interesantes logros en el momento de
cuestionar la enajenación religiosa. Incluso, les cambió a los caballeros de la
mesa redonda sus conocidos caballos por unas modernas bicicletas.
Desafortunadamente, la historia termina en el fracaso, sin que el protagonista
logre proclamar la república artúrica (de cualquier manera, han dicho sus
críticos modernos: más que una república igualitaria, el protagonista se
comporta como un dictador a lo largo del libro). De manera paralela, Twain
tenía que ahorrar incluso en el papel higiénico que compraba en casa. ¡Y dicen
que comparar vida y obra es un ejercicio que no lleva a ninguna parte!
Mark Twain. Un
yanki en la corte del rey Arturo / A Connecticut Yankee at King Arthur’s Court
(1889), tr. de Juan Fernando Merino, ils. de Dan Beard. Barcelona, Altaya,
1995. (Biblioteca de Aventura y Misterio, 63)
Interesante visión sobre Mark Twain. Confieso no haber leído la novela.
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