Hace dos meses y medio, fue asesinado el autor de este
libro, luego de ser amenazado por su trabajo periodístico. Qué hacer si muchas
veces las amenazas provienen de las autoridades supuestamente encargadas de
proteger a los ciudadanos. México es uno de los peores países para ejercer esta
profesión, es sabido, y la primera acción del gobierno es la autoexculpación, a
la cual la siguen los turbios silogismos con los que el poder pretende
explicarse la realidad. Mientras tanto, los periodistas recurren a redes más
pequeñas pero más efectivas de protección. Hablar y gritar, exigir justicia, no
pueden ser actividades sin resonancia por más que los gobernantes muestren su
amable sordera cotidiana. Golpear y golpear el muro de la injusticia, por más
firme que parezca, es la actividad de todos los días de una larga lista de
admirables periodistas mexicanos. Eso ante la amenazante realidad, que no tiene
atenuantes para tomar su venganza. Javier Valdez centró su atención en aquellos
que menos importan en medio de la guerra de la aparente persecución del crimen
organizado. Las vidas de esos niños y jóvenes arrancadas por la violencia
merecen mínimamente una explicación. Javier Valdez la buscaba, interrogaba a
las familias para saber, para ofrecernos una hipótesis que nos diga cómo es que
en un instante la tranquilidad de una familia desaparece para siempre. Llegaba
con su cuestionario ante el poder. ¡Ah, pero eso sí que no se puede en este país!
Mucho cuidado. Mejor contar certezas, las cuales son pocas pero muy precisas.
Por ejemplo, que el futuro es una de las grandes palabras erradicadas. Eso,
naturalmente, no es algo que se le tenga que explicar a las víctimas de nuestra
realidad. Es una explicación para los lectores. El intento de una empatía que
por definición ha llegado tarde a su destino. No quisiera elegir una historia,
puesto que todas son igualmente importantes, aunque evidentemente estremece la
saña con que fue asesinado Julio César Mondragón Fontes, el rostro visible de
Ayotzinapa, es decir, del fracaso de nuestro sistema. En medio de esta desolación,
el autor encontró palabras amables, fraternidad, intentos de mantener una
sonrisa. No sé si quieran escuchar el tono de las voces que relatan sus vidas,
se escucha la desesperanza, la narración de quien sabe que no tiene sentido
contar nada porque su voz no será escuchada. Conocí a Javier Valdez en La Paz,
Baja California Sur, era rápidamente entrañable. Y me puso al frente de este
libro: “Para que estas historias no se repitan”. Fue asesinado en mitad de la
calle, en Culiacán, a mediodía, como una metáfora que indica que ya no es
necesario hacer en la sombra lo que se puede hacer a la mitad de la mañana.
Javier Valdez Cárdenas. Huérfanos del narco. Los olvidados de la guerra del narcotráfico. México,
Aguilar, 2015.
Una realidad muy triste pero no dejemos de luchar por el cambio.
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