Gracias a un tierno beso, la mujer es posesión del hombre.
Así lo enseñan los antiguos cuentos de hadas, como puede comprobar quien se
adentre en la lectura de, por ejemplo, la Bella Durmiente. Igualmente, si la
zapatilla entra en el pie adecuado, su poseedora se convertirá en una posesión.
Todos los parlamentos de estas historias que hemos escuchado a lo largo de la
vida antes de dormir, nos muestran las palabras de los hombres, las cuales
rumiaremos durante el sueño, posteriormente en la vigilia y más adelante en
nuestras relaciones con el mundo. Las mujeres no tienen parlamento en estas
historias, aun cuando hayan sido ellas quienes las contaron originalmente en
los escondidos pueblos alemanes y franceses. La voz de la Bella Durmiente o de
Blanca Nieves al despertar con un beso no fue recogida por la prensa y mucho
menos por la Historia. De hecho, no existirían tales palabras si no fuera por
el marco puesto por los hombres: el príncipe que se acerca cautelosamente a una
mujer dormida y se dice: “Si yo no la beso, seguirá muerta”. El narrador que ha
recogido la historia le pone la definitividad a esta historia y representa a
estas heroínas como mujeres agradecidas ya que un hombre les ha compartido el
ser. Se levantan sobre sus palabras, estas mujeres. No están preparadas para
ser reinas, por lo que son princesas. En este libro aparecen cinco obras de
teatro en que la mujer toma la palabra, cinco princesas. La autora se inspiró
en el dramaturgo austriaco Werner Schwab (muerto a los 35 años, casi
desconocido en español), quien parodió en sus Dramas de reyes a los personajes regios de Shakespeare. Los hombres
pueden, naturalmente, tomar la palabra como báculo y hablar con una seguridad
comparable a la de Dios. Pero, ¿y las mujeres? Se erigen con la palabra, la
cual no distingue entre la vida y la muerte. Los muertos usan las mismas
palabras, aunque puede decirse que aunque las palabras carecen de género por sí
mismas, no lo carece el acto de hablar. Por lo que los monólogos de estas princesas
(de los cuentos y de la realidad, pues está incluida Jackie Kennedy), su
existir se va convirtiendo en palabras, su pensamiento inseguro se va
exteriorizando y se proyecta como sobre una pantalla. Igualmente, la autora,
Elfriede Jelinek se caracteriza por proyectar: su obra literaria ha ampliado
las posibilidades de la literatura. Esto, que puede sonar hueco, no es poca
cosa. Suena hueco como suena la voz en un cuarto vacío, listo para ser
amueblado. Las obras de esta escritora son cuartos nuevos en la casa de la
literatura, aunque no son apacibles, más bien son tan inquietantes que no nos
gustaría siquiera conocerlos, mucho menos habitarlos. Pero pocos placeres son
comparables al acto de seguir su palabra solitaria, aunque la palabra “placer”
tiene en el caso de esta autora una connotación completamente distinta, lindante
con la perturbación (y me parece que casi no puedo hallar más alto halago para
algún escritor).
Elfriede Jelinek. La muerte y la doncella. Dramas de princesas / Der Tod und das Mädchen.
Prinzessinendramen [2003], tr. de Ela Fernández-Palacios, introducción de
Brigitte E. Jirku. Valencia, Pre-Textos, 2008. (Col. Narrativa Contemporánea)
Pavel: Es un deleite leerlo, ademas, nos introduce en un mundo totalmente desconocido -por lo menos lo es para mi- en el que al dar una oteada desde la superficie de su comentario, nos permite adentrarnos en el tema del libro. Gracias porque de otro modo, seguramente seguiria siendo desconocido. Saludos y felicitaciones.
ResponderEliminarDr. P.Perezgrovas Garza.