viernes, 13 de noviembre de 2015

Las raíces del Romanticismo, de Isaiah Berlin

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Es bastante sorprendente que Isaiah Berlin haga residir el nacimiento del Romanticismo en el sentimiento de inferioridad de Alemania ante Francia. Alemania eran trescientos príncipes gobernando sus pequeñas comarcas, una enorme región sin metrópolis. Nada semejante a un París por estos sitios. Por el contrario, sólo oscuras personalidades, intimistas y misteriosas, artistas algo renegados, entregados a la religión y lejos de la mundanidad. Nada más lógico que la religiosidad alemana estuviera tan desligada de las formalidades católicas, de las ceremonias que demostraban el brillo de la exterioridad. Los pensadores alemanes concebían una vía personal de relación con la divinidad. De esto se puede sacar una conclusión: en ciertos periodos históricos, cuando la satisfacción de las necesidades le está vedada al hombre, éste vuelve la mirada hacia dentro de sí, tratando de construir ese mundo deseado en su propio espíritu. Eso sería más o menos el Romanticismo, la construcción de un ideal (individual o colectivo) como una oposición a la realidad exterior. Esa idea constante en la obra de este autor parece que fue aprendida de estos autores. Los alemanes serían los que de manera moderna postularon esa “libertad negativa”. Negativa porque es una oposición a la realidad. No puedo negar que es la idea de libertad que más me atrae, la que considero que está más cercana del arte y de mi manera de concebir la creación. Más aún, la forma en que se podría hermanar el concepto de arte. Ignoro qué relación tengan Herbert  Marcuse e Isaiah Berlin, pero en Eros y civilización (1955), del primero, ya se encuentra una idea que no es el todo a ajena a las conferencias que forman este libro, y que fueron pronunciadas en 1965. Marcuse habla del arte como un espacio en el que se depositan las ideas utópicas del hombre. De tal manera, que evasionista o no, el arte contiene las utopías, y la aspiración de un mundo en el que sea real la libertad. Los poetas –conservadores y revolucionarios– convergerían en la idea de considerar el arte una categoría por encima de la política. La construcción de ese mundo en el interior del espíritu aparece ya en Dos conceptos de libertad (1958), de Berlin. Aquí está muy desarrollada la idea, y se coloca como punto de partida del Romanticismo. Hay algo más: algo que la filosofía olvida generalmente, ¡y se precia de olvidar!, los aspectos típicamente humanos en la formación de la ideas. La Filosofía se ofende cuando le recuerdan este tipo de temas. Pero bien, Berlin se refiere a los orígenes sociales de la intelectualidad en Alemania y en Francia. Mientras que los alemanes provenían principalmente de las clases bajas, los franceses eran producto de la aristocracia y de la alta burguesía. Naturalmente, Francia es la tierra de la Razón, que justifica tan bien el orden de las cosas y juzga el mundo en términos más bien apacibles. Pero se podrá ver qué tan en desacuerdo estaban los alemanes con el orden racional que los condenaba a ser unos segundones en la repartición de condiciones favorables al pensamiento.

Isaiah Berlin. Las raíces del Romanticismo, ed. de Henry Hardy, tr. de Silvina Marí, pról. de John Gray. México, Taurus, 2015.

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