Encuentro belleza en mí. Pero no de la manera en que cualquiera podría pensarlo, no se trata de que “mi espíritu” sea “bello”. No es eso. En realidad, sé que puedo encontrar belleza en mí, sé localizarla. No la extraigo de mí mismo, así que no se trata de darle a esto un sentido platónico. Es una especie de desdoblamiento interior gracias al cual encuentro que hay algo en mí que puedo reconocer (una idea que pasa, una sombra) y seguirle los pasos. A veces, lo puedo pescar; generalmente no pasa a la escritura: en ese momento se desvanece.
Así que no se trata de una idea literaria; es más bien la concepción del origen de las ideas internas: la belleza se persigue en uno mismo, en una parte de la psique que, de manera independiente, filtra la percepción y la decanta. Uno, de pronto, se topa con esa intuición (o idea, imagen, metáfora) y la sigue, se abalanza como ave de rapiña, y la atrapa entre sus garras.
El resultado, el pensamiento formulado (o escrito), es el cadáver de aquello que tuvo vida dentro de la mente.
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