jueves, 28 de diciembre de 2006
Dos versiones de Jules Laforgue
Lamentación del rey de Tule
Era un rey de Tule
inmaculado,
que, lejos de las faldas y de las cosas,
lloraba sobre la metempsicosis
de los lirios en rosas,
¡y en qué palacios!
Dormidas sus flores, marchaba
arrastrando las llaves
a bordar en los solos ojos de las estrellas,
sobre una torre, cierto velo
de viva tela,
¡en las noches de leche!
Cuando el velo estuvo bien orlado,
lejos de Tule,
remó mucho sobre los mares grises
hacia el sol que agoniza,
¡Feérica Iglesia!
El rey ululaba:
“Sol muriente, un día más
has tendido tu faro
en los holocaustos vivíparos
del culto que nombran Amor.”
“Y como ante la noche leonada,
te sientes desfallecer,
¡con una última ola de sangre mártir
lavas el umbral de la Alcoba!”
“¡Sol, sol!, yo desciendo
hacia tus desoladores palacios polares,
para mimar en este Santo Sudario
tu corazón lleno de sangre,
¡y para mecerlo!”
Dijo, y el velo desplegado,
todo trastornado,
hacia los corales y los naufragios,
el rey burlado por dulces talles,
bello como un Mago
¡ha descendido!
¡Bravos amantes, en las noches de leche,
tornead vuestras llaves!
Una sombra de amor puro transida,
vendría para gemiros este estribillo:
“Era un rey de Tule
inmaculado…”
Lamentación del olvido de los muertos
Damas y caballeros,
vosotros cuya madre está muerta,
es el buen sepulturero
el que rasca a vuestra puerta.
Los muertos
están bajo la tierra;
casi
de esta suerte.
Fumáis ante vuestros tarros,
saldáis cualquier idilio,
allá lejos canta el gallo,
¡pobres muertos fuera de las ciudades!
Abuelito se inclinaba,
allí, el dedo sobre la sien,
hermanita hacía crochet,
madre subía la lámpara.
Los muertos
son discretos,
duermen
tan al fresco.
Habéis comido bien,
¿cómo van los negocios?
¡Ah, los niños que nacen muertos
casi no son mimados!
Anotad, con un trazo igual,
en el libro de caja,
entre los gastos de baile:
plática, tumba y funeral.
Es alegre
esta vida;
¡Eh, amiga mía!
¡Vaya!
Damas y caballeros,
vosotros cuya hermana está muerta,
abrid al sepulturero
que golpea en vuestra puerta;
si no le tenéis piedad,
él vendrá (sin rencor)
a jalaros por los pies,
¡en una noche de luna!
¡Importuno
viento que rabia!
¿Los difuntos?
De viaje…
(De "Les complaintes", 1885)
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