viernes, 7 de octubre de 2016

Sobre Lenin y Marx, de György Lukács

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Cuando murió Lenin –en 1924–, el joven filósofo húngaro György Lukács (1885-1971) tuvo cierta desesperación. Así que sin grandes aspiraciones teóricas (aunque las alcanzó), escribió un texto sobre la coherencia del pensamiento del dirigente ruso. Ya antes, Marx había tomado los términos filosóficos de la filosofía de Hegel y los había convertido en categorías económicas. Lenin, por su parte, tomó esas categorías económicas y las usó siempre con fines políticos. Cada día leía la prensa, siempre con un fin estratégico: saber la actualidad de la revolución. Todos los hechos eran vistos minuciosamente desde ese punto de vista. Mientras leía este texto de Lukács, me preguntaba acerca del compromiso, sobre la constancia de un personaje, golpeando diariamente sobre los hechos para hacerlos colapsarse. Los miles de artículos de la prensa actual son textos que hablan sobre la Coyuntura. Ese ser que no tiene una vida prolongada, tiene sólo unos días de vida, quizá meses. Y sin embargo está siempre, consume la tinta de los diarios. Los textos de Lenin son coyunturales por definición. Pero no de la misma manera, siempre están dirigidos a un fin estratégico. En cambio, el periodismo de todos los días trata de acomodar las piezas pequeñas a unas leyes eternas –las de la supuesta democracia– que no pueden ser cambiadas. ¿Es posible llevar hasta las últimas consecuencias este ideario, el de estar acechando los hechos para tomar por las orejas a la realidad y obligarla a modificarse? Idealmente, sí. ¿Pero Lenin? Aparece en estas páginas algo idealizado, me parece. Al mismo Lukácz así lo juzgó, por eso, al final de su texto agrega unas palabras escritas en 1967. Ahí redondea su apreciación de Lenin. Cuenta que el líder ruso fue escondido en Suiza, en un hogar proletario. En una de las comidas, un trabajador elogió la calidad del pan. Entonces, Lenin, hijo de un funcionario imperial ruso que jamás conoció la indigencia, se dio cuenta del esfuerzo que hacían esos trabajadores por hacerle llevadera su estancia. El mismo pan –nada para Lenin, un lujo para los trabajadores– tiene dos puntos de vista: es la base de la lucha de clases. Un pedazo de pan al que se llega por un complicado rodeo teórico, pero del cual se concluye que es el asunto por el que se enfrentan las clases sociales. Aquí nada de “con su pan se lo coma”, aunque cada quien remoje el pan en la realidad, para absorberla. Incluso hasta el mendrugo más insignificante tiene un significado. Es una teoría y una actuación totalizante. Lukácz presenta el pensamiento de Lenin como una especie de abstracción extraída de una actuación. No hay planteamientos sueltos, desligados de la realidad, ésos que tanto nos gustan abordar cuando vamos a una cena. Todo es una totalidad, un flujo constante entre el actuar y el teorizar, porque no existe teoría de Lenin suelta, apartada de un hecho político. Lo que quiere decir también que no hay tranquilidad en este personaje, los hechos más pequeños lo van a despertar, a quitarle el sueño. Como aquella princesa del cuento que no puede dormir porque tiene bajo el colchón un pedacito de pan (o un guisante, lo mismo da). Por otra parte, no hay nada tan bello como la Appassionata de Beethoven. Lenin la escucha con absoluto fervor, piensa en acariciar las cabezas de los hombres, hablar con placidez de la belleza. ¡Pero qué error!, le dice a Máximo Gorki: no puedo acariciar cabezas, pues me cortarían la mano de un mordisco. Aunque Lenin esté en contra de la violencia contra el hombre (idealmente), todavía falta un largo camino para lograr esa paz deseada. Antes hay que golpear muchas cabezas, sin piedad. El texto de Lukácz es ideal para una tarde de descanso.

György Lukács. Sobre Lenin y Marx, estudio preliminar y notas de Miguel Vedda, traducciones de Karen Saban, Miguel Vedda y Laura Cecilia Nicolás. Buenos Aires, Gorla, 2012. (Col. Latencias. Serie Teoría Crítica)

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