lunes, 18 de mayo de 2020

Obra poética completa I



Fue una larga plática –la oscuridad iba metiéndose por la ventana– la que tuve con Pepe Delgado, publicista y amigo íntimo de Xavier Villaurrutia. Me contó muchos de los secretos de Xavier, pero antes de terminar la conversación algo me dijo de César Moro (1903-1956), el poeta peruano que pasó algunos años en México. No recuerdo, por desgracia, exactamente qué, me parece que alguna vez tuvieron que rescatarlo en su casa porque intentó suicidarse, no lo sé. “Pero por ahí tengo una foto de él que le tomé cuando vino a la casa a visitar a Xavier”, me dijo, “te la voy a mandar”. Casualmente estaba leyendo este libro cuando me llegó esa foto, y como caída del cielo se metió entre sus páginas. Así que por ahí tengo la foto, guardada en un cajón. Un regalo póstumo, pues Pepe murió hace algunos años. Desafortunado en vida en cuestión de ediciones, pues de sus libros se tiraron muy escasos ejemplares, Moro escribió para quién sabe quién, para sus amigos, para sus amores, y quizá, para los Surrealistas, de los cuales formó parte. Llena de enigmas, su poesía puede o no entregar información sobre ella misma. Éste es el primer volumen de una edición de su obra poética completa, lo cual se realiza por vez primera. Prácticamente no tiene notas, no sabemos si entre el gran torrente de imágenes oníricas y amasadas por el inconsciente del poeta hay referencias más concretas de su vida personal. Ahora no importa mucho, se puede nadar sobre sus versos como se nada sobre el mar, ignorando toda la profundidad debajo de nuestros pies. Aun cuando en el caso de la interpretación literaria, caminar sobre las aguas quizá sea lo menos deseable. Yo mismo no puedo abrir ninguna puerta para entrar a la lectura de Moro, no hallaría la salida de su laberinto acuático (casi todo escrito en francés). Muy rápido, en la página 27, el primer poema del libro me ofrece un enigma, de los pocos que puedo resolver. Pero éste tampoco lo pude resolver. El más antiguo de los poemas del libro se llama “Despacio” (1921), pero reconozco en él la letra de un bolero grabado hacia 1939 por Lupita Palomera, y atribuido en ese disco a Abel Domínguez. Puesto que el libro, como dije, no tiene notas, se debe de suponer. Es el primero de la sección “Poemas” (1924-1938), por lo que debe de ser de 1924. ¿Existirá un manuscrito?, ¿lo firma él?, ¿lo incluyó en alguna plaquette o lo publicó en alguna revista? O bien, ¿el editor lo encontró entre los papeles del poeta y lo incluyó en esta edición? Si asi fuera, entonces Abel Domínguez debió de conocer al poeta en México y leyó y tuvo una copia del texto. Pudo haber sido al reves, que el poeta en sus andanzas por México escuchó el bolero (“Desprecio”) y lo copió con su letra en un papel que anduvo revoloteando entre los países y entre los papeles hasta que llegó a las manos del editor y lo puso aquí, al frente del libro. Por lo que se ve en este libro, es un tanto inútil perseguir al autor, ya que dedicó su vida a huir, en primera instancia de sí mismo, de Alfredo Quíspez Asín –su nombre verdadero–, de Perú en segundo lugar, de su pasado, todo en pos del suicidio (“¡quién no sabe que no vivo sino en la esperanza del suicidio!”). Todo eso, sugerido en medio de versos vertiginosos y abundantes, ante los cuales nos preguntamos insistentemente si esas palabras nos dicen lo que quieren decir o, bien, son la bella cortina onírica que aprovecha el autor para huir de nosotros.

César Moro. Obra poética completa I, tr. Armando Rojas, completada por Rosa Ostos Mariño y Paul Biju-Duval, ed. Ricardo Silva-Santisteban. Lima, Sur Librería Anticuaria-Academia Peruana de la Lengua, 2016. (Clásicos peruanos, 7)

sábado, 16 de mayo de 2020

La cámara oscura, de Georges Perec




Georges Perec nació en los alrededores de París, en 1936, y murió en 1982. En muy pocos años escribió una obra que se desdobla y que potencialmente puede multiplicarse, dado que obedece a reglas que permiten el desarrollo casi infinito de posibilidades de escritura. Es decir, una propuesta de forma que va creando sus propios contenidos. Pero ésta es una puerta que se abre a un mundo demasiado grande, en el cual no me había interesado antes. En realidad, tampoco ahora. Por lo que la cerraré para concentrarme en este libro, aunque en realidad no lo haré, puesto que se trata de un libro que tiene sólo un lector ideal, es decir: el propio autor. Son 124 sueños soñados entre 1968 y 1972, ordenados cronológicamente. Leyendo sus páginas podemos ir entresacando varias conclusiones. La primera de ellas, que un libro de sueños sólo interesa al que los sueña, entrevé sus reales significados y entiende lo que el sueño quiere decir. También, que el sueño tiene una vida corta en la vigilia, por lo que se tiene que escribir antes de que se disuelva. Dado que este libro contiene un índice temático, vemos que el inconsciente tiene asuntos, colores y objetos favoritos. El autor despoja sus sueños de cualquier misterio, ya que los relata de manera sucinta, con las emociones recortadas. Pero también, este prontuario onírico hace pensar que el inconsciente goza dictando sus historias. En realidad, proyectando su película, de ahí el título del libro. Somos sus espectadores cautivos, y lo que es inquietante en el sueño lo es sólo para nosotros. Tienen estas historias nocturnas notables carencias argumentales, las historias que iban tan bien, que tanta emoción nos causaron, son pésimas historias una vez que se despliegan con ayuda de la prosa. Si en vez de ser nuestro inconsciente, fuera un escritor en busca de editor, le diríamos: “Trabaje más su argumento. Hay una promesa de una buena historia pero no se cumple”. Eso se debe a que tiene las costuras salidas por todos lados. Una cosa más: los sueños se cuentan en presente. Por alguna razón, nos continúan pasando a lo largo del día, aun cuando su condición es borrarse constantemente. Parece que no es bueno mi concepto del sueño. Sin embargo, la escritura busca quizá alcanzar algo que sólo el sueño logra quién sabe de qué modo, y es esa sensación de extrañeza con que tiñe todo. Cada elemento del sueño nos es conocido y desconocido a la vez. ¡Si pudiera hablar de mis sueños! Apenas hace unos días tuve uno muy curioso, lleno de calles que recordaban tantas cosas buenas de la vida, hasta un aroma entrañable de plantas nocturnas. Incluso lo llevé a la mesa de disecciones del psicoanalista, para conocer su secreto. El sueño resultó representar una promesa de felicidad. Quién sabe cómo me evadí de ese sueño por entre el laberinto de sus calles, lejos de las manos del inconsciente, el cual monta todas las noches una pequeña pieza teatral que esconde detrás de sí una clave para el misterio de la vida, y que se desvanece cada mañana sin que la podamos recordar.

Georges Perec. La cámara oscura. 124 sueños / La Boutique obscure. 124 rêves (1973), tr. Mercedes Cebrián, 2ª ed. Madrid, Impedimenta, 2010.

miércoles, 13 de mayo de 2020

La carrera del libertino, de W.H. Auden y Ch. Kallman



No es por hacer menos a la Humanidad, pero en estos días en que el planeta entero es un solo departamento escondido para una tumultuosa Ana Frank, o una única isla para un Robinson Crusoe, no le debería quedar de otra que reflexionar. Siendo el día en que la Tierra se detuvo, la Fatalidad pone su mano en nuestros hombros para decirnos: “Ha llegado el momento”. Y nosotros lo sentíamos más adelante, en un razonable porvenir. No teníamos planeado hacer el balance de nuestras obras. No todavía. Tantos bellos proyectos trazados sobre el lejano horizonte. Y resultó que ese horizonte no era más que una escenografía que no dejaba ver un presente desesperanzador. Una escenografía, tal como en una ópera. Y puesto que el tema de actualidad es el plazo –aquel que tarde o temprano llega a revisar las cuentas de las promesas (algún día estuvimos hechos fundamentalmente de promesas)–, nada mejor que revisar una ópera sobre este asunto. Trata de un joven, Tom Rakewell, que, para poder aspirar al amor de una joven, desea dejar la pobreza. Inmediatamente después, los libretistas ni siquiera esperan a la escena siguiente aparece un solícito sirviente con la noticia de una repentina herencia. ¿Cuánto cobrará este sirviente por su tiempo, por su oficio de abrirle las puertas del gran mundo a este joven heredero? No hablemos de eso, amo, dentro de un año y un día arreglaremos cuentas. Mientras tanto, es necesario vivir, saborear todos los placeres. Igor Stravinsky (1882-1971) había visto la serie de grabados de William Hogarth (1697-1764), La carrera del libertino (1736) en una muestra en Chicago. Esa serie de escenas del siglo XVIII tenía en su cabeza cuando comenzó a buscar libretista. Aldous Huxley, su vecino en su reciente patria (desde 1945 Stravinsky era ciudadano estadounidense), le recomendó al poeta W.H. Auden (1907-1973). Éste a su vez incluyó a su colaborador Ch. Kallman (1921-1975) en la escritura del libreto. Frente al despreocupado libertino dieciochesco, Auden amasó otro hombre. Le puso dentro culpas cristianas y lo llenó de premoniciones. No tantas que no supiera que su verdadero contrato lo había firmado con el Diablo. Otro de los elementos proporcionados por el poeta fue la esposa con que Rakewell conoce el placer, Baba la Turca, una mujer barbada, atractiva y exótica (en algunas puestas en escena, representada por un contratenor). No siendo conocedor del Derecho infernal, desconozco por qué el Diablo es regido por sus determinaciones contractuales. Un año y un día después, el sirviente atento se presenta a cobrar sus honorarios, los cuales, en las historias, ascienden, más impuestos menos retenciones, en un alma neta para incorporar al Infierno. Pero aún aquí, la suerte se pone del lado de Rakewell para salvarlo en una última apuesta. A cambio de la vida paga con la razón. De aquí que la última escena sea en el manicomio, en donde su novia primera lo visita para ver si con amor puede devolver la salud. En los grabados de Hogarth, esa novia desapareció desde la primer escena. En esta versión retocada sutilmente por el catolicismo, el amor extiende sus ramas más allá. No mucho más allá. De hecho, no llega a la moraleja, en donde se nos dice que el amor no siempre salva. Salva –en el más acá como en el Más Allá– leer los contratos antes de firmar. Pero no salva el amor, escrito en su mayoría con letras chiquitas, imposibles de leer.

W.H. Auden y Ch. Kallman. La carrera del libertino. Libreto de la ópera en tres actos de Igor Stravinsky / The Rake´s Progress (1951), tr. y notas de Mirta Rosenberg y Jaime Arrambide, edición bilingüe. Buenos Aires, bajo la luna, 2003.

martes, 5 de mayo de 2020

Fiasco, de Imre Kertész



Esta novela es un intento de “tejido” que por todas partes se desteje. Cada vida relatada aquí es una especie de hilo que no alcanza a mezclarse. Y, de manera colectiva, no se alcanza a ver en qué consiste el entramado total de estas existencias. Bien a bien, qué extraña manera de construir y qué poca consideración con el que la reseña. No sé bien dónde está el adentro y dónde el afuera, pero diré que Fiasco (1988) está relacionada con la principal obra de Imre Kertész (1929-2016), la novela Sin destino (1975). El sentimiento resultante de la lectura de esta última es extraño, ya que prepara a lo largo de sus páginas un efecto de belleza inusual. El joven sobreviviente del campo de concentración de Auschwitz mira con nostalgia sus días de encierro y cuenta los momentos de felicidad en él. Auschwitz es un sentimiento, pero no un sentimiento sencillo. Fiasco es el primer círculo concéntrico de Sin destino, es la historia de su creación. O la aparente historia, ya que nunca sabemos en qué porcentaje el Yo de estas novelas está lleno del yo del autor. Es la historia de un narrador que construye otro narrador. Pero Sin destino se parece tanto a la realidad que, generalmente, se toma como un testimonio. Rousseau, de sus Confesiones, afirmaba que eran el libro con el que se presentaría ante el Juez Supremo para dar cuenta de su vida. Me imagino que Sin destino es un libro que confundiría a Este aduanero quién sabe si versado en Crítica Literaria. Fiasco, que tendría necesariamente que ser “más real” en tanto que es la historia detrás de la novela y debería de ser más cercana a nuestro mundo, es por el contrario una especie de comedia en que los personajes parecerían no tener entrañas. Una especie de títeres pero manejados por quién sabe quién. Es la Hungría del otro lado del muro la que se describe, burocracia que trae y lleva oficios que no sabemos de dónde vienen y qué destino tienen. Köves (que así se llama el protagonista de uno y otro libro, sin que realmente se parezcan entre sí) regresa a su país de origen (pero en realidad llega a un país desconocido), en el cual hay numerosos escritores. Y Köves, él se empeña por construir dentro de sí un lirismo propio, único y complejo. Bueno, en realidad no es un lirismo único y complejo, sino un tema mal digerido que es Auschwitz, tema en realidad parecen una albóndiga que no termina de dar vueltas en el estómago y cuyos condimentos se eructan en el momento más imprevisto, provocando situaciones incómodas para el escritor. Y bien, uno puede intentar contar su circunstancia, pero sólo hasta cierto punto, a partir de un momento (muy cercano, por cierto) todo se descose, y se dejan de comprender las leyes que rigen nuestra vida más inmediata. El mundo narrativo de esta novela presenta a los hombres desperdigados, en aparente desconexión; sin embargo, cada uno es todos los hombres en potencia, todos unidos en una cadena que va desde la víctima hasta el verdugo, aquel con quien los demás no quieren tener nada en común, y el cual reclama también, en esta novela, una parcela del lenguaje para decirnos que se encuentra encerrado con nosotros en la misma amarga comunidad del destino.

Imre Kertész. Fiasco / A Kudarc (1988), tr. Adan Kovacsics. Barcelona, Acantilado, 2003. (Narrativa del Acantilado, 43)